lunes, 11 de enero de 2010

LOS LADRONES DEL PASADO



Criticados por los arqueólogos, débilmente denunciados por coleccionistas y curadores, o ineficientemente perseguidos por la policía, los ladrones de tumbas son plaga, en lo que antaño fueran territorios del Tahuantinsuyo (el gran Imperio de los Incas) .
En el Perú, Bolivia y Argentina se los conoce como huaqueros y sus actividades se desarrollan en todos los pisos ecológicos del área andina. No hay desierto, montaña o selva que no hayan sido visitados por estos conspicuos miembros de la red arriba nombrada; y constituyen el último escalón de un trafico de vasijas y piezas únicas, que ellos mismos extraen de la tierra. Tienen distintas denominaciones en diferentes partes del mundo. En Grecia son los tymborychoi; en Italia, los tombaroli; en la India, se los llama "idol-runners"; y en Guatemala y México, son los esteleros. Pero, no importa el nombre que les dé, todos ellos se dedican a lo mismo: saquean antiguas tumbas en búsqueda de ajuares funerarios, para luego venderlos, a muy bajo precio, a los ansiosos traficantes internacionales.

EL "INNOBLE ARTE" DE HUAQUEAR
Tanto en el desierto, en la montaña como en la selva, los huaqueros desempeñan su "arte" con maestría y sin culpa. Conocedores de los lugares apropiados, esperan las sombras de la noche para iniciar sus rituales de profanación.
 En la costa del Perú aplican un método antiguo, barato y ampliamente conocido, por medio del cual, gente de lo más común, ayudan a sus economías de subsistencia vendiendo los ajuares funerarios que fueran propiedad de "Señores" y "Reyes" del pasado. Y lo hacen con el mayor descaro.
Hace unos años, en la ciudad de Tilcara, tuve la oportunidad de conocer a varios de ellos; y después de largas charlas de "ablande" (chicha ycerveza de por medio) me confesaron la técnica que utilizaban para encontrar "huacos" enterrados. Me dijeron que durante el día, mientras recorren el terreno con una vara metálica larga y resistente, van clavándola sistemáticamente en la arena, sondeando el subsuelo, hasta sentir que ésta se hunde sin esfuerzo, o advertir que algo cruje y se rompe debajo de la superficie. Esa es la señal esperada. Entonces, colocan algo que identifique el sitio (un "mojón") y se retiran, para regresar por la noche (o al alba) e iniciar la excavación clandestina.
Este método, centenario y simple, está ampliamente difundido y son miles los "huacos" que se extraen periódicamente; muchos de los cuales tienen reservados, desde el principio, "pasajes de primera clase" para el exterior. El problema es que no sólo los terrenos de laboreo agrícola ofrecen vasijas precolombinas. Los yacimientos arqueológicos de imponentes ciudades aborígenes, como Chan-Chan (capital del antiguo Imperio Chimú), siguen siendo excavadas clandestinamente, destruyendo parte del Patrimonio Cultural que, en teoría, debería estar protegido.

 Las ruinas de Chan-Chan, de casi 20 km. cuadrados de superficie, con sus palacios, plazas, murallas y viviendas populares, por entero hechas de barro, están siendo constantemente saqueadas; arrasando cimientos y haciendo desaparecer datos de vital importancia para la reconstrucción de esa sociedad precolombina. Incluso, la búsqueda de legendarios tesoros en el sitio, hace que en fechas determinadas del año se congreguen, guiados por cierta vocación mística, cientos de huaqueros a practicar sus hoyos .
Las creencias populares aderezan el acto de huaquear, llegándolo a convertir en una verdadera ceremonia pagana.

 Por lo general, en el imaginario popular, todo enterramiento tiene la posibilidad de venir acompañado con vasijas y oro. Es este codiciado metal el que ha generado una práctica que encuentra sus raíces en las antiguas sociedades andinas, y que consiste en darle a la Pacha (a la Madre Tierra) un "pago", en reciprocidad por las riquezas que ésta le brinda a la gente. Estos "pagos" (los cuales se realizan por intermedio de chamanes, encargados de preparar los "despachos", o conjunto de productos que se ofrecen a la Tierra) deben estar listos para cuando alguien sale a huaquear.
Según se comenta, cuando por la noche se ve arder una llama azulada sobre la ladera de un cerro, o en un claro de la selva, eso es señal de que en el sitio hay un "tapado", es decir, oro sepultado. Existen cientos de historias que hablan de personas que se hicieron ricas de la noche a la mañana por el sólo hecho de haber desenterrado un tesoro precolombino. Incluso se comenta que, en algunos casos, el "pago" se ha hecho con seres humanos. Inocentes cholos que han dejado sus vidas, contaminados por el misterioso "antimonio"; o literalmente sacrificados, al momento de desenterrar las riquezas.
¿A quién le pertenece el pasado?
Aquí la controversia abarca tres opiniones bien diferentes y enfrentadas, que Karl Meyer ha sabido sintetizar perfectamente .
Primero, está el punto de vista del coleccionista, que se ve a sí mismo como un salvador de antigüedades, a la vez que piensa en el futuro valor que sus "protegidas" piezas adquirirán en el mercado. Después está la opinión de los curadores de los grandes museos, que llegan a justificar cualquier medio dudoso de adquisición con tal de enriquecer "la sensibilidad de su pueblo". Finalmente, está la actitud de aquellos que consideran que los monumentos antiguos (y los tiestos lo son de alguna manera) constituyen parte indisoluble del patrimonio nacional de donde se encuentran.
Tres posturas que aún se mantienen en fuerte y apasionado debate, y en el que cada una posee cierta cuota de razón. Pero, mientras los alegatos proliferan, el gran templo del pasado sigue siendo saqueado; desmoronándose y perdiendo una información que, como un libro que se quema a medida que se lee incorrectamente, no recuperaremos jamás.

Para este trabajo se consulto las siguientes fuente. Antropología de Bolivia y Perú, un pequeño mito religioso y desencuentro entre Quejchuas y Aymaras de  Sebastián García.
                       


                                                             

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