lunes, 11 de enero de 2010

Hoy me acerqué en el silencio del desayuno al alma clara de Demetria (mi informadora); ella mezclaba sus yuyos mascullando palabras inteligibles, agradeciendo el nuevo día.
—Vos savis, que la finadita abuela contaba cosas que me hacían reyir. Ella sabía contar que pa’ lau de la banda, aquí en Tilcara, hace mucho tiempo, no si cuanto, entuavía no había apareciu el tren. A bajao de los valles, una cholita (los valles quedan más o menos a 8 horas de viaje a pie por senderos de cabra). Jovencita era, creo que se llamaba Margarita, tendría unos 17 ó 18 años, nada sabía del pueblo y por esa razón enseguida se ha enredao con un hombre, mayor, más de 60 tendría, y se han casao. Pero don Calixto, así se llamaba el hombre, era celoso, no la dejaba ni un ratito, la Margarita se quejaba con las vecinas cuando hacían pan o iban a lavar ropa.
Calixto un día se tuvo que ausentar por unas diligencias y su mujer se quedó, porque tenía el pan listo para hornear. Las vecinas llegaron para ayudarla y aprove-charon para aconsejarla.
-Deja ese viejo; -No perdais el tiempo; -Buscate un joven.
Margarita abrumada por los dichos y sin saber qué hacer dijo: -de dónde voy a sacar un joven.
-Yo te lo traigo (contestó una). -¿Qué va a decir Calixto?. -No seas sonsa, Calixto no tiene que estar (replicó otra). -Pero, sí, siempre anda pega’o a mí.
-¿Nunca hace viajes largos? (preguntó otra)
Se terminó la horneada, se repartió el pan y Margarita se quedó sola y le empezó a rondar en la cabeza la idea de quedarse sola.
Pasaron los días y la rutina solemne continuaba entre la siembra, cuidar las ovejas, hilar en puisca, tejer en telar. Margarita seguía con el pensamiento de quedarse sola.
-¿No sería tiempo que compris unos burros? ¿pa cuando, vamos al valle a visitar a mis viejos?
-No hace falta, se los pido a «Churay».
-Estaba pensando que nos hace falta maíz perla para hacer tostao, habría que ir a San Bernardo, son 3 a 4 días. -Ya le’i encargao a doña Asunta.
Así pasaba un día y otro día, y la oportunidad llegó.
-Mujer, tengo que ir a Humahuaca, por dos o tres días, tengo que arreglar con el Juez los terrenitos que están al la’o del río, si no alguno se los va quedar.
Margarita disimuló su alegría, el hombre preparó los burros, la carga, porque aprovecharía el viaje para cambiar su charqui, vender unas mantas y ponchos.
Partió masticando su coca al paso cansino detrás de sus burros, Margarita se quedó mirando el sendero, con una cierta nostalgia, pero enseguida las vecinas interrumpieron dándole recomendaciones.
-Bañati con agüita de canchalagua (una planta abundante en la zona), te va dejar buen olor.
-Ponete la mejor ropa que tengáis de abajo (por ropa interior). -Ponete churita.
-Yo te voy a traer un chango joven po’. -Pa’ relamerse.
-Cuando llegue la oscuridad acostati no más.
Margarita no entendía nada pero obedeció.
Calixto que ya había subido la cuesta de su vida varias veces, al llegar al abra, desensilló su recua, dio de comer a los animales, se sentó, puso debajo de una piedra el acullico, agradeció a la Pacha por protegerlo en el camino andado y pacientemente desató su avío (su vianda) y comenzó a masticar el queso, como había masticado la esencia de su vida; luego preparó su recua y comenzó a desandar el camino. Ya cerca de la casa, en el corral del alto, dejó los burros con comida, alzó la carga tranquilamente hasta la casa mientras la luna lo acompañaba y las estrellas tiritaban de miedo.
Después de finalizada su tarea como un día cualquiera entró sigilosamente a la habitación que compartía con su amada, se sentó en una esquina; allí, desenredó su sueño mientras un aroma diferente lo invadía en su pensamiento, unos pasos sigilosos lo sacaron de su silencio; de la misma manera que había entrado se acercó hasta la puerta; cuando el joven pisó el umbral, lo tomó por el cuello de tal manera que éste no pudo emitir ni un quejido. Sin decir una sola palabra lo llevó a un cuarto y lo encerró con llave. Regresó con su silencio espantado en los ojos, entró de golpe en el cuarto, como nunca.
-¡¡¡Margarita!!!! ¡¡¡Levántate!!!!
Margarita, que hasta ese momento, soñaba con el encuentro de la carne joven, ante la sorpresa ni siquiera protestó, se levantó y escuchó.
-A ver si asís una sopa majada, poné papa runa a hervir con cáscara, pedíle a la Asunta unos quesos de cabra, después se lo pago, haci un picante de mote, y que esté todo listo pa’ cuando yo vuelva, cuando el sol esté alto  sobre mi cabeza.
-Tratá de que no falte, que viene el cura, el juez, los padrinos y otra gente.
Margarita ni siquiera intentó mirarlo, asintió, moviendo la cabeza, el hombre salió y fue cuando el temor, el miedo, la vergüenza y el dolor la asaltaron, no sabía lo que iba a suceder, no sabía que la luna había pegado recién su segundo bostezo, es decir ni sabía qué hora era. El mozo se había sentado, ni siquiera se movía, estaba muy dentro de él, como si se acariciara suavemente, porque sabía las costumbres, sabía que a su falta le correspondía ser ajusticiado sin que nadie protestara, es decir el ofendido lo mataba sin piedad y como quisiera y frente a quien quisiera. El no conocía la muerte, ni siquiera la había pensado (en la cultura andina se le dice, conocer la muerte, cuando uno se ha salvado de desbarrancarse o ha salido ileso de una pelea a cuchillo), pocas veces había salido de su pueblo, no sabía de la vida. Solamente sabía que su hombría y dignidad era enfrentar los hechos como le habían enseñado sus mayores.
Margarita tenía casi todo listo cuando se acordó de los quesos y fue a lo de la Asunta.
-Asunta dame unos quesos que dispues te los paga el Calixto.
-¿Qué te pasa Margarita? Parece que se te apareciu el mesmo diablo.
-¿En qué lío me has metiu? El Calixto se ha vuelto, y lo atrapao, al mozo, (agitada) lo tiene encerrao, en el cuarto donde reza... Tengo miedo, porque se ha puesto como loco, y me ha ordenau que haga comida para muchos, y ha saliu a buscar al cura, al juez, y no sé a quién más.
-Por Dios, por la Virgen y por todos Los Santos.
-¿Qué pasa Asunta?, no me hagáis asustar más de lo que estoy.
-¿No sabis cómo son las costumbres de estos lugares?  -¡Noo!
-Por estos laus, cuando se atrapa a alguien en esa falta, el ofendiu tiene derecho a...
-¿A qué? -A.. ¡matarlo!
-¿Queeeeeeé? (Y no pudo decir más nada, las lágrimas la invadieron, el miedo, el pánico, se hicieron corpóreos).
(Asunta, pensando): -No te aflijas, ¿tenís la llave?. -¡¡Noo!!
No importa, no lloris más; ¿tenés cera?. -Sí.
-Tráemela. ¿Ti acordás del chivato, de astas grande y barba larga que tengo encerrao en el sembrau? Trayelo.
Margarita no preguntó y salió corriendo, era bastante lejos. Cuando regresó, Asunta ya había abierto la puerta, el muchacho ya no estaba. Ante el asombro de Margarita, encerró al chivato, y cerró la puerta con llave; apenas terminó, llegó Calixto, con algunos invitados, justo cuando el sol estaba en lo alto, sobre la cabeza de la gente y los cardones; la sombra, estaba ausente.
Todos se sentaron, al comienzo el silencio, como nunca, hacía notar su presencia, pero a medida que comían y bebían, se soltaron las anécdotas, las risas. Margarita, servía callada. Calixto caminaba de un lado al otro. El chivato, hacía un ruido extraño, a los oídos de Calixto, sonaba como tres.
-Tres te voy a dar.
Otra vez el sonido.
-Tres te voy a dar, ya vas a ver.
Todos comían, sabían que las costumbres, aunque sean bárbaras se respetan; cuando terminaron de comer, Calixto repartió coca; cuando el acullico ya estaba armado, llamó a todos hasta la habitación donde supuestamente estaba el muchacho, encerrado. Cuando abrió la puerta, el chivato lo sorprendió, horquetándolo en sus astas, arrojándolo en medio del patio. Y salió corriendo. La gente no sabía si reír o perseguir al animal. Optó por lo primero. Solo Asunta se quedó escondiendo su sonrisa. Margarita no sabia si reír o llorar.
Asunta dijo (aprovechado la confusión de Calixto, que sentado en medio del patio, no entendía nada): -Había siu el mesmo diablo.
Caixto: -No, era un mozo que yo atrapé anoche, entrando a la pieza donde dormía mi mujer.
Asunta: -Era el diablo, que ha veniu a pedir cuenta de los que piensan mal, ha siu su pensamiento que ha traiu al diablo.  Calixto miraba sin comprender nada. Asunta, mirando a Margarita, con complicidad afirmó: -Ha siu el mismo diablo. Y se fue repitiendo: -ha siu el mesmo diablo.
Margarita miró a Calixto, en la posición que estaba, corrió, se tiró en sus brazos y se los dos echaron a reír y reír.


No hay comentarios:

Publicar un comentario